Últimamente Alexander Friedrich se sentía
indispuesto una y otra vez. Particularmente después del desayuno,
luego podía ocurrir que la presión en la zona del estómago no
quisiera desaparecer. Pero no se quejaba, le entcontraba innecesario
confiarse a alguien y se hubiera debido persuadirle de acudir al
médico. Alexander Friedrich era historiador. Trabajaba como
periodista libre para varios diarios y lo que era agradable: había
heredado un pequeño patrimonio que le permitía vivir en una propia casa y se sabía que
finalmente tenía la oportunidad - se interesaba por la alta Edad
Media- de escribir un ensayo más largo sobre la vida de Hildegard de
Bingen. Más exacto: sobre todo estudiaba las antífonas que ella
había compuesto e intentaba demostrar que en esos cantos se podía
descubrir y comprender la soledad, sí la soledad de aquel tiempo.
Alexander Friedrich vivía solo, nunca intentaba aferrarse a una
relación, por no hablar de casarse, y en este momento estaba liado con
una médica que vivía en Hohenschänhausen. Se quedó una o dos
veces por la semana, la mayoría de la veces se fue a Potsdam. Luego cenaron juntos, escuchaban música o iban al teatro y un día
Alexander Friedrich intentó explicar con lo que estaba ocupandose
de día.
-Eso te va a gustar- dijo él. -Algo así se cantaba en la Edad
Media. Y es- dijo mientras que puso un CD en el equipo esterofónico,
- como si allí hubiera una sola voz que intenta subir al cielo.-
Unos segundos después se oyó un soprano.
Anneliese Bauer escuchaba cortésmente pero no se podía esperar que se
interesara por el Bingen medieval. Estaba sentada con la espalda
delante de la ventana, él, Alexander Friedrich miraba al aire libre
y después de que el CD había terminado , se levantó y ya estaba de pie
para despedirse, -aún tengo citas- dijo ella, estando en la puerta.
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